Las guerras correctas
Las guerras correctas es una interesante y polémica obra de teatro que representa la tensa entrevista que el periodista Iñaki Gabilondo le hizo el 9 de enero de 1995 al entonces presidente del gobierno Felipe González. Enmarcada en un momento histórico en el que el escándalo de los GAL era un tema candente, narra los días y movimientos previos a la gestación de la entrevista, así como los momentos posteriores y claves en la relación entre Iñaki y Felipe.
Producida y representada por miembros del Teatro del Barrio en el mismo –antigua Sala Triángulo de Lavapiés-, es un repaso a una de las manchas más sucias de la reciente democracia, muy bien contextualizada y, a su vez, un reconocimiento a la profesión periodística y a uno de sus máximos exponentes: Iñaki Gabilondo.
Las guerras correctas empieza con una voz en off que sitúa al espectador en un determinado contexto histórico; los GAL estaban en todas las noticias, y la conexión entre esos grupos y el Gobierno socialista de Felipe González empezaban a ser algo más que un rumor.
Los protagonistas principales son Iñaki Gabilondo y Felipe González, los secundarios Jordi García Candau, el entonces director de RTVE, y Alfredo Pérez Rubalcaba.
García Candau tiene la idea de hacer una serie de entrevistas a las principales figuras políticas del momento en España. El elegido para hacer esos programas, a pesar de su inicial rechazo y reticencia, es Gabilondo. Y tanto González como Rubalcaba, intentan que la entrevista no se centre en los GAL, pero la tenacidad del periodista no cede ante presiones.
De este modo, se suceden diversos tira y afloja entre periodistas y políticos hasta que llega el momento de la verdad. La entrevista se produce en un ambiente tenso, en el que González se defiende y responde tajante ante las incisivas preguntas de Gabilondo. Una intensa representación de la entrevista emitida en TVE.
A partir de entonces es cuando la obra adquiere mayor interés. Un Presidente que se ha visto contra las cuerdas y casi derrotado por un periodista al que admira y respeta. Mientras, Rubalcaba y García Candau hacen su particular y calculado análisis del programa; una batalla dialéctica que más adelante le costará el puesto al director de la cadena.
Años después, y tras varios encuentros, Felipe coincide con Iñaki y le invita a resolver esa tensión profesional que quedó pendiente tras la entrevista. Es en ese instante en el que González, en una acalorada discusión, termina admitiendo el conocimiento de los GAL bajo su mandato y, en cierto modo, lo admite como “una guerra correcta”. Una particular justificación que para Gabilondo será inadmisible.
Terrorismo de estado
Las Guerras Correctas propone una profunda reflexión acerca de unos hechos tan graves como inaceptables. Y es que el terrorismo de estado es una contradicción absoluta en sí misma; organiza una serie de acciones delictivas usando instrumentos de seguridad nacional y fuerzas de control cuyos fines confrontan con los principios constitucionales. Además, se lleva a cabo a espaldas de la ciudadanía y se financia con los impuestos que pagan los contribuyentes. Es un despropósito en toda su esencia.
Lamentablemente, según da a entender la obra de teatro, González estaba al tanto de los GAL y, aunque no se sabe con certeza, es posible que él fuera el llamado Señor X. Vera y Barrionuevo, Secretario de Estado y Ministro del Interior respectivamente de aquella época, cumplieron -irrisorias- condenas por su relación con los GAL, de modo que es poco creíble la posibilidad de que González no tuviese información al respecto.
En cualquier caso, es interesante el concepto que introduce el título de la obra y que menciona el personaje de González en su última conversación con Gabilondo:
Las guerras correctas. El personaje interpretado por el Presidente menciona el dolor, la pérdida de compañeros, el tener que consolar a familiares, la dificultad de tener que lidiar en esa dialéctica en la que ETA tenía sus propias normas, mientras que el Estado debía garantizar la constitucionalidad de su respuesta, justificarla ante la opinión pública, y someterse a críticas en caso de excederse en sus acciones. Una pelea que, para ellos, no daba las mismas condiciones a los contrincantes.
Durante un pequeño instante, el espectador se pone en la piel de Felipe y, de algún modo, comprende ese impulso que, aunque ligeramente, conecta con lo romántico de la venganza personal. Con esa idea de tomarse la justicia de forma personal y devolver el golpe a los que te atacaron. Un poco como en Kill Bill.
Es evidente que existe una gran distancia entre ese ideal de venganza pasional y lo que ocurrió con los GAL. No es comparable ni admisible en ningún caso. Pero el sentimiento que transmite el personaje de González lleva brevemente al espectador a albergar ese pensamiento.
Durante la discusión, nos encontramos con Gabilondo en la otra esquina del cuadrilátero, un hombre de principios, con una conciencia profundamente crítica, esencia periodística. Es su reacción, quizás, la que devuelve al público al pensamiento original; el terrorismo de estado es inaceptable en cualquiera de sus formas.
En ese momento, es cuando la obra adquiere su punto álgido; por llevar el pensamiento del espectador a una montaña rusa, en el que los prejuicios se rompen y donde el abanico emocional se expande hacia territorios insospechados.
Una obra entretenida, que atrapa y que hace que el espectador vuelva a vivir algunas de las escenas más bochornosas de la historia reciente. Un sano e instructivo ejercicio que, como dice el guionista Gabriel Ochoa, se practica de forma habitual en el teatro anglosajón; revisar hechos que todavía permanecen cercanos en la memoria colectiva.
Además, una obra valiente y arriesgada, por tratar un tema tan delicado como el terrorismo de estado contra ETA. Seria y con algunos puntos divertidos y cómicos, reúne cuatro grandes interpretaciones en las que no sólo el guión es un gran aliado, si no que el lenguaje corporal, los gestos, las miradas, los tonos y formas de hablar, son una forma de comunicación que ayudan a conocer mejor a los personajes. Una invitación a la reflexión necesaria, imprescindible para no olvidar unos hechos imposibles de justificar.
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