Documental Ciutat Morta: estremecedor
Recientemente ha renacido el interés por el olvidado caso 4F; principalmente debido a la repercusión de la emisión del documental Ciutat Morta en el Canal 33 de Televisió de Catalunya. El impacto social ha adquirido un interés a nivel nacional del que, hasta el momento, ni el caso 4F ni el documental habían gozado. Producto de la divulgación del documental en las redes sociales, el eco del que se ha hecho la prensa generalista, las manifestaciones y actos que se han celebrado en las calles de Barcelona, el 4F y Ciutat Morta se han convertido en una cuestión objeto de análisis por varios motivos.
El caso 4F
Para los que no hayan oído hablar del asunto, el documental Ciutat Morta –dirigido por Xavier Artigas y Xapo Ortega y producido por Metromuster- relata el llamado caso 4F. El 4 de febrero de 2006 se celebró una fiesta en una casa okupa en Barcelona, la Guardia Urbana acudió a desalojar el edificio y, según la versión oficial, hubo resistencia y enfrentamientos por parte de los asistentes. En esos momentos de tensión, un agente –que no llevaba casco reglamentario- quedó en coma debido a un lanzamiento de un objeto (presumiblemente una maceta) desde la azotea del edificio. Esta primera hipótesis –asumida como buena por el entonces Alcalde de Barcelona, entre otros- fue después modificada para poder justificar las acusaciones pertinentes.
En ese contexto, se realizaron dos detenciones en las inmediaciones del edifcio. Unas horas más tarde y previo paso por Comisaría, los detenidos fueron llevados a un hospital. Habían sido torturados severamente por varios agentes de la Guardia Urbana. En el hospital, se realizaron dos detenciones más; dos personas que, ni habían acudido a la fiesta en la casa okupa, y ni tan siquiera habían estado en los alrededores del edificio.
A partir de entonces, comienza una pesadilla para los detenidos, para sus familias y amigos. Los cuatro fueron declarados culpables de varios delitos por los que cumplieron entre 3 y 5 años de condena en prisión. A pesar de que en el juicio se aportaron pruebas suficientes para probar la inocencia de los detenidos, no fue suficiente para evitar lo que parecía ser un destino inevitable.
El calvario durante los 2 años de juicio para los cuatro detenidos, se prolongó durante varios años más. Patricia Heras, una de los cuatro detenidos, se suicidó en 2011 debido a no poder soportar la situación. Mientras los acusados cumplían condena, dos de los policías que habían torturado a los acusados y habían testificado en su contra, fueron inhabilitados y condenados a prisión por torturas en un caso distinto. Por otro lado, el agente en estado de coma quedó tetrapléjico.
Un caso lleno de sospechas: injusticia, montaje policial y respaldo judicial, torturas, abuso de poder, clasismo, racismo y dudoso funcionamiento de los estamentos públicos, entre otros, que hace plantearse algunas cuestiones de vital importancia.
Un escenario estremecedor
Ciutat Morta es estremecedor. Los testimonios de Rodrigo Lanza y Juan Pinto, así como los amigos más cercanos a Patricia Heras, o cualquiera de los familiares de los cuatro detenidos, provocan unas sensaciones de pánico, dolor, solidaridad e impotencia.
El relato es, en todo momento, angustioso debido a la situación kafkiana por la que pasan los detenidos. Sin embargo, lo interesante del documental, es que constantemente se utiliza el 4F para sacar a la luz ciertas miserias del llamado estado de derecho español. Una de ellas; la supremacía de las fuerzas de seguridad sobre el resto de la población, el apoyo y respaldo que reciben de los instrumentos públicos y su intrínseca incapacidad para reconocer errores.
Para un ciudadano medio, con una preparación académica superior o de nivel cultural medio-alto, resulta insultante que la palabra de un policía valga más en un juicio que la suya. Insultante al intelecto por que no entiende por qué motivo su honor como ciudadano es inferior al de un agente.
Irritante y trágico es también el hecho de encontrarse con miembros de cuerpos policiales que emiten juicios de valor -que pueden tener consecuencias fatales- basándose en la forma de vestir de las personas, o en sus cortes de pelo, o en el color de piel o tendencia sexual.
La raíz de esta problemática es, posiblemente, el tipo de personas que forman parte de los cuerpos policiales. Es habitual que personas que no tienen una vocación profesional decidida, elijan la profesión de policía por descarte, debido a la garantía de una estabilidad económica y a la comodidad que supone un menor esfuerzo para conseguir y mantener el trabajo en comparación con uno en el mercado laboral no público. Los bajos niveles de exigencia intelectual para optar a la posición, ayudan a que la profesión sea un atractivo para personas de perfil académico bajo y, a su vez, un desinterés para el que dedica su juventud a una formación en estudios superiores.
Finalmente, estos desorientados profesionales se encuentran, de la noche a la mañana, con permiso para hacer lo que a los demás se les prohíbe; pueden utilizar armas bajo el amparo del monopolio de la violencia, realizar detenciones sistemáticas y aleatorias, interrogar, retener y aislar a personas durante largos períodos de tiempo, entre otras acciones. Y naturalmente, en estos procesos, se cometen errores que, en muchos casos, son traumáticos para los que los sufren y no son sancionados por los que los cometen. El respaldo al infractor entre miembros de los cuerpos o por parte de autoridades políticas y judiciales suele ser incondicional. Una vez más, el ciudadano se siente ridículo.
Las anteriores acciones mencionadas, de ser practicadas por un ciudadano de a pie, serían consideradas agresiones físicas, secuestros y torturas, por las que cumplirían graves condenas. La diferencia es que unas están amparadas por el estado y las otras perseguidas por el mismo. Por eso es de vital importancia o bien, cambiar el modelo organizativo de los cuerpos policiales, o bien seleccionar a sus miembros de forma mucho más rigurosa. O ambas.
Suceden situaciones en las que el ciudadano antes descrito, se encuentra en la encrucijada de tener que obedecer a individuos uniformados con los que es difícil razonar en situaciones de tensión y, cuando estos se ven superados en una dialéctica intelectual, tienen la potestad de ejercer su superioridad y violencia respaldada por el estado. En esa hipotética pero factible realidad entra en juego el miedo a esa última respuesta por parte de las fuerzas de seguridad, lo cual puede mermar el ejercicio de derechos de las personas. El factor miedo es en este caso un aliado del sistema.
Por todo esto, es razonable que algunos ciudadanos no se sientan cómodos en esta situación, y se planteen que no tienen motivos por los que confiar en los cuerpos de seguridad.
Y en este escenario estremecedor, es en el que se enmarca el caso 4F. Estremece Ciutat Morta porque a medida que avanzan los minutos, el espectador pierde toda esperanza; en el hipotético caso de que a uno le tocase pasar por la misma situación que los detenidos del 4F, el trato y la resolución del caso sería el mismo. Se pierde la confianza en el estado de derecho, se teme a los que tienen la obligación y la potestad de proteger. Y el miedo y el desamparo representan el triunfo de un sistema de control disfrazado de libertad. En cierto modo, Ciutat Morta supone asumir consciente y tristemente la derrota del individuo frente a una bestia de tamaño inasumible como para plantear una pelea con posibilidades de victoria.
Ciutat Morta, dignidad profesional
El documental es, por todos estos motivos, un brillante ejercicio periodístico que reúne muchas características que se le suponen inherentes a la profesión pero que lamentablemente se obvian muy a menudo.
Xavier Artigas y Xapo Ortega demuestran que es posible realizar un documental con contenidos de interés y lograr un alcance masivo –la emisión logró el record histórico de audiencia del Canal 33 en sus 26 años de existencia- y que se puede mantener la tensión con un ritmo adecuado sin comprometer el hilo narrativo de la historia.
Pero quizás, lo más importante es la capacidad extrapolar exitosamente los conceptos del caso en concreto a unas nociones globales de carácter social y hacer que el espectador empatice y se sienta parte implicada del relato contado. Es decir, los testimonios de Rodrigo y Juan sirven para tratar un problema mayor; la tortura sistemática de las fuerzas armadas. Esto es aplicable a muchos otros capítulos del documental, lo que hace que el público no solamente se sienta afectado por el caso en concreto, si no que se conmueve también por todo lo que supone en niveles generales de alcance popular.
Ciutat Morta es un halo de esperanza para los espectadores ávidos de contenidos diferentes a lo que ofrecen los mass media, una motivación para los periodistas y realizadores independientes. Y no sólo por su calidad informativa, si no también por la actitud del equipo de realización; la valentía que hace falta para sacar este proyecto adelante, la libre difusión del documental, la ejemplar y solidaria implicación en el caso de los productores y directores, la independencia con la que han trabajado y han afrontado el caso, sin ningún tipo de factores externos que influyan en el resultado final.
Imprescindible para tomar el pulso de los instrumentos públicos de control, para tomar conciencia de la insignificancia del individuo frente al estado, para conocer las miserias de la sociedad del siglo XXI puestas en práctica y enmascaradas por los mismos que juran combatirlas. Radiografía de una ciudad muerta que vendió su alma al diablo.
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